22 septiembre 2010

Con limón y sal ...(pero que no falte el tequila)

A veces me gustaría poder decírtelo a la cara, pese a la distancia entre tu casa y la mía.

Ir hasta tu puerta, con mi mejor escote y tacos. Tocarte el timbre a cualquier hora, que me abras la puerta sin entender mi presencia ahí, sin entender nada, porque nunca entendiste mucho que digamos.

Y gritarte… ¡si! fuerte, visceral, hasta que me quede sin aire, hasta que la cara se me ponga colorada de tanta liberación, hasta que las venas se me salgan del cuello. Hasta casi caerme al piso de tanta vida que deje en mi confesión. Hasta el punto en el que me tengas que sostener.

Y gritarte con toda el alma, para que lo sepas de una buena vez, algo que hace tanto que te quiero decir, algo que no pude decirte, algo que en alguna otra época me perturbo de tal forma que hasta el hambre y el sueño me saco.

Quizás para vos no sea importante, quizás después de saberlo sigas viviendo exactamente igual. Seguramente no puedas hacer nada con mi confesión tampoco. A lo mejor no te importe, o a lo mejor te haga reflexionar, sobre vos, sobre mí, sobre nosotros.

De esas cosas para las que no existe Facebook, Twitter, mensaje de texto o multimedia que valga. La cosa es decírtelo en la cara, porque esto que quiero decirte ya no puede vivir más conmigo, es tuyo y lo tenés que saber.

A veces, cuando leo lo que escribís, escuchó lo que pensas o me entero de las cosas que haces, quisiera tocarte el timbre, con mi mejor escote y mis tacos más altos, casi dignos de una pornstar y gritarte, fuerte, conciso, con toda el alma y el corazón:

¡SOS EL PELOTUDO MÁS GRANDE QUE PISA ESTA TIERRA!

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